
Nació en 1507 en Piedrahita (Ávila) y su nombre completo era Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel. Al quedar huérfano de padre, heredó el título de su abuelo Fadrique de Toledo, convirtiéndose así en el III duque de Alba.
Durante su educación hubo personajes muy importantes: Severo, maestro consagrado y un entusiasta latinista, le formó en los clásicos y las ideas humanistas erasmistas; su ayo Juan Boscán (poeta y traductor español), que le instruyó como un auténtico caballero renacentista: ilustrado, políglota y hombre de armas. Dentro de esta educación, también resultó crucial el papel de Garcilaso de la Vega (poeta y militar del Siglo de Oro) que le dedicó su “Segunda Égloga”.
Fue instruido como un auténtico caballero renacentista: ilustrado, políglota y hombre de armas.
A Fernando se le describía como alto y delgado, de piel cetrina y nariz prominente. Mantenía un fuerte control de su persona y parece haber carecido de vicios. Vestía bien sin ostentación, bebía poco y su mesa era modesta, y sus intereses eran los caballos y la guerra.
Mantuvo una fuerte religiosidad hacia la fe católica, y sus confesores fueron Alonso de Contreras y fray Luis de Granada.
Fernando se casó con su prima hermana María Enríquez, con la que tuvo cinco hijos, más uno ilegítimo. Su carrera política y militar cubren parte de los reinados de Carlos V y Felipe II, para los que desempeñó todo tipo de cometidos: mayordomo mayor, miembro permanente del consejo de Estado, general de los ejércitos imperiales y españoles, virrey de Nápoles, gobernador de Milán, gobernador de los Países Bajos y conquistador de Portugal.
Durante el reinado de Carlos V consiguió gran prestigio militar en Europa, especialmente en la campaña contra los turcos en 1532, la conquista de Túnez de 1535 o la batalla de Muhlberg en 1547. Al servicio de Felipe II, fue enviado como gobernador los Países Bajos para reprimir la revuelta de los nobles protestantes. Fue sin duda, el momento más controvertido de su carrera, debido a sus duras políticas, y al igual que las de los que le sucedieron terminaron en fracaso.
Al final de su carrera, cansado y enfermo de gota, es nombrado para liderar a los ejércitos españoles en la conquista de Portugal, donde muere enfermo en 1582, a los 75 años, siendo gobernador y en compañía de su más fiel amigo fray Luis de Granada.
Está considerado por los historiadores como uno de los mejores generales de su época y uno de los mejores de la historia.

Esta relevancia política se refleja en la cantidad de retratos que se conocen de él. De todos, los más importante fueron los realizados por Tiziano Vecellio, retratista de los reyes de España, que lo pinta en, al menos, tres ocasiones. Por desgracia solo se conserva uno de los retratos, los otros dos se quemaron en los incendios que ocurrieron en el palacio del Pardo en 1604 y en el Alcázar de Madrid en 1734.
La Casa de Alba conserva el original y las copias de los dos perdidos, un pintado por Rubens, ubicado en el Palacio de Liria, y otro por Alonso Sánchez Coello, en el Palacio de Monterrey (Salamanca). También la casa conserva otro retrato realizado por el pintor flamenco Key.
Además de los que tiene la casa de Alba, son muchas las obras, originales y copias, que se conocen de él. Destaca el pintado por el flamenco Antonio Moro en 1549, de las que se conservan dos versiones, una en la Hispanic Society of America en Nueva York, y otra en los Museos Reales de Bruselas.
El duque de Alba ha pasado a la historia como gran general, experimentado político y personaje controvertido, empañado por la leyenda y la ideología, pero, aun así, de gran importancia para la historia de España y para la Casa de Alba.